El primer viaje al exterior de Marco Rubio como secretario de Estado de Donald Trump, que le ha llevado esta semana a Centroamérica y el Caribe, ha sido un paseo triunfal, al menos delante de las cámaras. Abrazos y sonrisas con los presidentes anfitriones, que le han recibido con los brazos abiertos; paseos por parajes idílicos, como el que se dio junto al salvadoreño Nayib Bukele delante de su residencia con vistas al lago Coatepeque; e imágenes de alto valor simbólico para sus bases, como la supervisión a un vuelo de deportados de Panamá a Colombia o la confiscación de un avión incautado al régimen de Nicolás Maduro que estaba retenido en República Dominicana.
El exsenador cubanoamericano regresa a casa con la cartera llena de acuerdos beneficiosos para los intereses de Washington, principalmente relacionados con el rol de América Latina en frenar la migración indocumentada y recibir a los deportados, el combate al tráfico de drogas y para alejar la influencia china de la región. Pero ahora vendrá lo más difícil: toca definir la letra pequeña de esos pactos. Y no será sencillo como ha demostrado el primer desencuentro que ha surgido con el Gobierno de Panamá incluso antes de que abandonara la región.
