El impacto social y cultural de la celebración del 27 de febrero en República Dominicana

Por Yanet Girón Muñoz

Hace unos días, la República Dominicana conmemoró una vez más el 27 de febrero, una fecha emblemática para todos los dominicanos. Como cada año, la celebración de la Independencia Nacional se llevó a cabo con gran fervor, destacándose el desfile militar, que reunió a ciudadanos, autoridades y militares en un evento que combinó solemnidad, patriotismo y una fuerte carga simbólica. Sin embargo, más allá del entusiasmo colectivo, es importante reflexionar sobre el impacto social y cultural de estas actividades, así como algunos aspectos que podrían mejorarse en su organización.

Un recorrido lleno de historia y emoción

Tras la salida del presidente del Congreso, el mandatario dominicano se trasladó a la Catedral Primada de América, donde lo esperaba una multitud ansiosa. La presencia de militares en formación dio un aire solemne al momento, mientras que el pueblo, en un gesto de apoyo, coreó «¡Que viva la República Dominicana!». Al llegar, el presidente saludó al público junto a la vicepresidenta Raquel Peña, la primera dama Raquel Arbaje y otros funcionarios, para luego dar inicio a la ceremonia con el canto del himno nacional y la tradicional salva de cañonazos.

Posteriormente, se llevó a cabo el tedeum en honor a la Patria. Al finalizar, el presidente y su comitiva se dirigieron a la Puerta del Conde, donde reposan los restos de Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella. Este acto de tributo a los Padres de la Patria reforzó el sentido de identidad y respeto por la historia nacional.

El desfile militar y la demostración de fuerza

El evento continuó en el Malecón, donde se realizó una marcha militar con la participación de las diferentes instituciones castrenses del país, así como delegaciones invitadas de Colombia y México. La emoción del público fue palpable: los asistentes vitorearon a los militares, quienes ejecutaron acrobacias y demostraciones de disciplina y destreza. El desfile se desarrolló bajo una estructura protocolar rigurosa, con la tradicional salva de cañonazos y la autorización formal del presidente para dar inicio a la actividad.

Seguridad: un punto de mejora

A pesar de la emoción y el sentimiento patriótico, hubo ciertos aspectos que llamaron la atención en términos de seguridad. Si bien la presencia militar fue evidente en la Catedral y la Puerta del Conde, la cercanía del presidente con la multitud y la aparente relajación del perímetro de seguridad generaron preocupaciones. En eventos de esta magnitud y con la presencia del primer mandatario, garantizar un control más estricto y preventivo sigue siendo fundamental.

En comparación con otros países, la seguridad en eventos presidenciales suele ser más rigurosa, con mayores distancias entre el jefe de Estado y el público, así como revisiones más exhaustivas a los asistentes. Esto no solo protegería al presidente, sino que también brindaría mayor confianza a los ciudadanos sobre la organización del evento.

El sacrificio del cuerpo militar

Otro punto a destacar fue el esfuerzo de los militares que participaron en estas actividades. Permanecer horas de pie en formación, con un nivel de disciplina impecable, es un sacrificio que pocas veces se menciona. Además, la alimentación de los participantes debería estar mejor organizada, considerando que eventos como estos pueden extenderse por largas horas y requieren un gran desgaste físico.

Un pueblo orgulloso de su identidad

A pesar de estos detalles organizativos, lo más relevante de la celebración fue la energía del pueblo dominicano. La emoción, el orgullo patrio y la conexión con la historia se hicieron sentir en cada momento del evento. Ser dominicano es motivo de alegría, y estas actividades permiten reforzar el sentido de pertenencia y unidad nacional.

Sin embargo, sería ideal que, en futuras ediciones, se implementen mejoras en la seguridad y en la logística de los participantes, garantizando así una experiencia aún más organizada y segura para todos. La celebración del 27 de Febrero es más que un evento protocolar: es un reflejo de la identidad y cultura dominicana, y merece ser preservada con el máximo cuidado y respeto.

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